La vida, en sí, es algo que hay que transitar. En algunos momentos será agradable, en otros momentos no será tan agradable, pero todo forma parte de ese caminar por este mundo. Es importante, por lo tanto, saber qué es lo que a cada uno de nosotros nos llena, que le da un significado a nuestra vida. Lo que hacemos, ¿nos gusta? ¿nos levantamos por la mañana ilusionados? ¿o nos levantamos pensando “uuffff vaya tostón de día me espera”?
Esto es lo que a veces tenemos que analizar. Tendremos que aceptar que habrá cosas en nuestra vida que al levantarnos por la mañana nos hará decir eso de que tostón de día, y que no pueden ser cambiadas. Sin embargo, tenemos que tener un compromiso para que aquellas cosas que sí podemos cambiar de nuestra vida, nos pongamos en marcha para cambiarlas. Por supuesto, también habrá otras cosas que nos iluminen el día solo con pensar en ellas.
La vida es, como digo, un tránsito. La vida no nos pide que hagamos esto, aquello, lo otro, lo de más allá. Es nuestra mente la que a veces nos impone que tenemos que hacer determinadas cosas. Pero tenemos que ver si realmente, de verdad, tenemos que hacerlas. E incluso si hacerlas va a darle sentido a nuestra vida. Y si no, lo dicho antes, ¿hay que cambiar algo? Y esto, que dicho así es fácil de escribir y de leer, ponerlo en la práctica no es tan sencillo, ni mucho menos. Requiere un descubrimiento profundo de nuestros valores, y un enorme compromiso para realizar acciones que a corto plazo nos pueden producir un gran malestar, pero que a largo plazo nos llevaran por esa vida plena y llena de significado.
Una metáfora que empleo es la de atravesar un desierto. Si te pido que atravieses un desierto, con las penurias que conlleva, simplemente por atravesarlo, seguramente no lo hagas. Sin embargo si te digo que al otro lado está aquello que es importante (familia, trabajo, tranquilidad,…) puede que estés más dispuesto. Hay algo al otro lado que merece la pena ese sufrimiento.
¿Estar dispuesto? La disposición a algo a veces se confunde con el querer ese algo. No es lo mismo estar dispuesto a algo, que sentir disposición a ese algo. Esto lo veo en mi práctica profesional en ciertas ocasiones. Cuando comento que, a veces, para conseguir aquello que es importante para nosotros tenemos que aceptar cierto malestar, una de las respuestas más típicas es: “Yo no quiero sentirme mal”. Démosle varias vueltas a esto.
Claro, ¿quién quiere sentirse mal? Nadie. Ya he hablado de ello haciendo referencia a la metáfora del desierto y de cruzarlo porque al final de él está nuestra vida valiosa, con significado. Si no lo estuviera, no lo cruzaría. Yo puedo estar dispuesto a ir al dentista a que me arregle una muela, sabiendo que no va a ser agradable, y no por ello significa que yo sienta disposición a ir al dentista así de forma alegre y voluntaria. Voy, porque sé que me va a ayudar a la larga.
Otro ejemplo en términos más psicológicos, puedo estar dispuesto a sentir el malestar que me provoca la ansiedad de salir, si ello me permite quedar con mis amigos o hacer actividades en sociedad que para mí son importantes. Ese estar dispuesto, no es indicativo de que realmente yo tenga ganas de sentir esa ansiedad, de que mi disposición a sentir el malestar sea voluntario. Pero sí me va a llevar a una vida con más sentido.
¿Sientes disposición a estar dispuesto a sentir malestar en algunas ocasiones, si ello te lleva “por tu buen camino”?