Echando un vistazo a algunos artículos, me ha parecido interesante exponer unas conclusiones (muy personales) sobre ellos, y que considero que pueden ser interesante dentro de la profesión de la psicología.
En el primero (Shimoff, Catania y Matthews, 1981), se intentó comprobar la efectividad de una conducta gobernada por reglas o por contingencias (también conocido como experiencia directa). Se seleccionaron dos grupos. A uno se le informo que una determinada secuencia con la barra espaciadora daría una recompensa (seguían una regla), al segundo grupo no se le dijo nada y tuvieron que descubrirla por su cuenta (tenían que aprender por su propia experiencia). Evidentemente, el primer grupo empezo a ganar puntos desde el primer momento. El segundo tardó en encontrar la secuencia, pero la acabaron encontrando.
En una segunda fase, se cambio la secuencia sin decir nada a ninguno de los grupos. El primer grupo tardó en modificar la secuencia que habían aprendido. De hecho, varios, terminaron esta segunda fase sin cambiarla. El segundo grupo fue consciente más rápido de que esa secuencia ya no funcionaba y buscaron una alternativa más rápidamente. En esta segunda fase consiguieron más puntos.
¿Por qué en el primer grupo muchos mantuvieron la secuencia?. Quizá se daban explicaciones como que no funcionaba el teclado, o se había estropeado el programa por ejemplo. Si nos aferramos a la explicación, que es como un pensamiento, que nos damos sin considerar si puede haber más opciones, estaremos cayendo en la trampa de la fusión cognitiva, y no actuaremos en base a lo que la experiencia directa nos muestra. Seguiremos presionando la barra espaciadora, observando que ya no funciona, y creyendo que el problema es “técnico”, sin explorar más posiblidades.
Sin olvidar de este estudio el objetivo principal, si nuestra conducta está gobernada por reglas, tenemos que comprobar si efectivamente esas reglas siguen siendo válidas, o ya no. Hay un ejemplo muy gráfico. Supongamos que entramos a una habitación a oscuras y que la bombilla está fundida, pero no lo sabemos, todavía. Al entrar le daremos al interruptor, pero como es esperable, al estar la bombilla fundida no se encenderá. La regla Dar interruptor -> encender la bombilla no ha funcionado. Podemos probar un par de veces más, pero al final nos daremos cuenta que algo no estará bien, que esa regla ya no funciona y que habrá que buscar otra alternativa. Hemos contactado con la experiencia directa y visto que esa regla, no ha funcionado. Cuanto más aferrados estemos a esa regla, más tiempo tardaremos en buscar otra solución.
Pongamos un segundo estudio sobre la mesa, En este estudio, Jacobson y sus colaboradores (Jacobson et al., 1996) decidieron comprobar la efectividad de las terapias cognitivo-conductuales (que estaban en auge en aquella época de los 90). Su eficacia tiene una amplia evidencia, y buscaban saber qué parte de la terapia podía ser la que más peso tenía en esa evidencia.
Participaron tres grupos de sujetos que presentan diagnóstico de depresión. Un grupo del estudio recibió la terapia completa (la terapia cognitiva de Beck para ser más concretos), otro recibió la terapia con solo los componentes cognitivos y el tercero con solo los componentes conductuales. Los resultados mostraron que solo la parte de activación conductual era tan efectiva como la terapia completa, y la parte solo cognitiva presentaba en sus resultados una menor efectividad. La conclusión la vieron clara: lo que realmente funcionaba era la parte conductual, independientemente de añadir o no la parta cognitiva.
Un análisis más profundo, y más generalizado, nos lleva a pensar entonces qué es lo que realmente funciona en cada terapia. No desmerece dicho estudio lo que es en sí el tema cognitivo del ser humano, pero sí que sería interesante saber en qué puede realmente servir, para no otorgarle un “poder” que puede que no tenga en realidad, con las consecuencias que ello tendría.
Y podríamos hacer lo mismo con todas las terapias, incluso las contextuales (para que no se me tache de radical). Salgado (2012) en su tesis realiza algo parecido. Presenta un estudio en el que a un grupo de sujetos con trastornos cronificados se le aplica la Terapia de aceptación y compromiso completa, y a otro solo la parte de mindfulness (hubo un tercero de control). Los resultados fueron claros también. La parte de mindfulness por si sola no era tan eficaz como la terapia completa. A corto plazo sí, pero a largo plazo se perdían los avances realizados. Por lo tanto en este caso el añadido correspondiente a la parte de los valores y el compromiso, tienen un gran peso a la hora de obtener resultados.
Esto nos lleva a pensar que debemos ser críticos, y tratar de verificar cuál es el proceso que realmente funciona dentro de una terapia para potenciarlo, y dejar de lado toda aquella parte que sea superflua y que quizá, digo solo quizá, pueda ser simplemente marketing.
REFERENCIAS
Jacobson, N. S., Dobson, K. S. Truax, P. A., Addis, M. E., Koerner, K., Gollan, J. K.,… Prince, S. E. (1996). A component analysis of cognitive-behavioral treatment for depression. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 64, 295-304.
Salgado CF (2012). Comparación de dos protocolos de intervención basados en la Terapia de Aceptación y Compromiso y en Mindfulness en personas con trastorno mental crónico. Tesis Doctoral no publicada. Universidad de Almería
Shimoff, E., Catania, A. C. y Matthews, B. A. (1981). Uninstructed human responding: Sensitivity of low rate performance to schedule contingencies. Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 36, 207-220