Voy a plantear algo que quizá no nos hayamos parado a observar, y es sobre dónde realmente tenemos el control de todo aquello que nos sucede, y de todo aquello que hacemos. Muchas veces queremos controlar aquello que posiblemente no podamos, y que al final nos acabe alejando más de lo que para nosotros tiene valor. En la Teoría de aceptación y compromiso existe un concepto que es el control como problema. Dicho de otro modo, el problema está en dónde ponemos el control para solucionar la situación. Analicemos este término.
Si te pido que no pienses en un tractor morado, o en una vaca verde, ¿crees que podrás? Un millón de euros si durante 5 minutos no piensas en algo de eso. ¡Ojo! El decirte «no estoy pensando en…» ya es estar pensando en ello. ¿Podrás controlar el pensamiento y decidir tú qué piensas y qué no? ¿Tendrás el control sobre qué pensar, sobre tus pensamientos?
Aunque pueda parecer algo sorprendente, y chocante, los pensamientos que acuden a nuestra mente, a nosotros, no los decidimos realmente. La mayoría de ocasiones son automáticos y surgen en función al contexto en el que estamos, y a nuestra experiencia de vida. Incluso podemos decirnos, ¿pero cómo no voy a controlar mis pensamientos si están en mí?. Te reto, por última vez en este apartado, a que controles el latido de tu corazón o el movimiento de tus pulmones. Y también están en ti. De hecho, un experimento del año 1987 sobre la supresión de pensamientos, mostró que, paradójicamente, los intentos de eliminar los pensamientos que surgían producían un incremento de los mismos (doi: https://psycnet.apa.org/doiLanding?doi=10.1037%2F0022-3514.53.1.5)
Ahora voy a proponerte otro ejercicio experiencial. Imagina que te siento en una plataforma de cristal a escasos centímetros por encima de un tanque lleno de pirañas, que no paran de saltar y de intentar llegar donde estás para morderte. Situación complicada. Dicha plataforma tiene un mecanismo conectado a tu craneo, como si fuera un aparato para hacer electroencefalogramas, que detectará si te pones nervioso. La condición en este caso es que si lo haces, se abrirá el cristal y caerás. Si consigues no sentir ansiedad, ni una pizca, habrás pasado la prueba, ¿podrás controlar esa ansiedad?.
Algo más simple y fácil, algo que puede llegar a ocurrir en nuestra vida sin tener que hacer grandes ejercicios de imaginación. Si vas a cruzar un paso de peatones todo confiado, y un coche despistado te ve en el último momento y pega un frenazo quedando a tu lado, ¿cuántas emociones pueden surgir en ese momento?¿miedo, rabia, angustia,…? ¿puedes controlarlas y no sentir absolutamente nada?.
Y como estos ejemplos, podría ponerte muchos más en los que se va a poner en evidencia que controlar lo que sentimos no va a estar en nuestra mano. Aceptemos entonces que determinadas situaciones de nuestra vida van a provocar en nosotros determinadas emociones. Esa aceptación nos permitiría entender que la ansiedad, la tristeza o el malestar entre otros, no son en sí nada negativo ni que haya que combatir. Es algo natural que nos ocurre simplemente por el hecho de ser humanos.
Última parada sobre el control. Si estamos juntos en una habitación, y te pido que te levantes y vayas hasta una esquina y luego vuelvas a sentarte, ¿podrás?. Si vamos caminando por la calle y te pido que pares un momento, y que luego comiences nuevamente a andar, ¿podrás?. En este caso, parece que el poder llevar a cabo lo que te pido te va a ser posible. Y en si, así es, son nuestras acciones lo que sí podemos controlar. Y es en ellas en las que habría que poner nuestro foco de atención a la hora de conseguir esa vida con significado.
El tener el control sobre nuestras acciones, no indica que todas las acciones sean fáciles y que no vaya a resultar desagradable realizarlas. Lo importante, lo que tenemos que tener en cuenta, es que aquellas acciones que nos llevan a aquello importante para nosotros, podemos realizarlas aunque exista ese malestar. Si tengo que presentar un trabajo en la universidad, o un proyecto a mis jefes, puede que me sienta inseguro y con ansiedad, y ello me genere mucho malestar. Puedo decidir qué hacer. No presentarlo, que sería lo fácil pero que no redundaría en lo que para mí es importante. O presentarlo, que sería lo difícil y que sí aportaría significado a mi vida. Por ello, no siempre aquello importante viene envuelto con un lazo rojo. Puede que a veces tengamos que recorrer el ramo desde abajo atravesando las espinas para llegar a la rosa. No siempre será fácil, pero sí será siempre importante.